Europa, de la inquietud a la desconfianza con las políticas de Donald Trump
- Carlos Siula
- 12 mar 2017
- 3 Min. de lectura
PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, Europa y en general todos los aliados de Estados Unidos tienen la sensación de estar presenciando una nueva versión del mito de Sísifo. La mitología griega relata que, castigado por haber insultado a los dioses, Sísifo fue condenado a transportar una roca hasta la cima de una colina, pero —al llegar a la cúspide— la piedra rodaba hacia abajo, obligándolo a repetir el frustrante proceso ad infinitum.
Esa es la sensación que dan el vicepresidente, Mike Pence; el secretario de Defensa, general James Mattis, y el responsable de la diplomacia norteamericana, Rex Tillerson. Todo lo que construyen pacientemente durante el día, Trump lo destruye por la noche.

Durante los tres días que permanecieron recientemente en Múnich y Bruselas, los tres únicos adultos del Gobierno de Trump —como los llama la revista Foreign Policy—, no lograron restaurar los daños causados por el nuevo presidente a las relaciones con Europa y con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Cinco semanas después de la llegada de Trump al poder, la crisis de confianza entre Europa y Estados Unidos es evidente, grave y profunda. Por el momento, en el horizonte no se percibe ningún indicio que permita esperar una evolución de la situación.
Europa espera que esa “incertidumbre masiva” —como la definió el presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wolfgang Ischinger— comience a disiparse durante la visita que realizará Trump a Bruselas. A fines de mayo el ocupante de la Casa Blanca debe realizar una visita a la Unión Europea (UE) y asistir a una cumbre especial de la OTAN, institución que el presidente norteamericano definió como “obsoleta”.
En la gestión del tiempo que tiene el presidente norteamericano, tres meses es largo plazo. Pero, en todo caso, ese periodo permitirá aclarar las incógnitas que pesan sobre el panorama político europeo, pues ya se conocerán los resultados de las elecciones en Holanda y Francia, y la actitud del líder ruso Vladimir Putin sobre el conflicto en el este de Ucrania. Pence explicó al respecto que la Casa Blanca esperaba que Moscú respetara los acuerdos de Minsk.
Antes o después de su viaje a Bruselas, Trump deberá definir la política que espera aplicar con Moscú.
Las cancillerías europeas miran con creciente preocupación la actitud de la Casa Blanca en ese dossier clave de las relaciones entre Rusia y Occidente.
Hasta hace algunos días, el abogado Michael Cohen —amigo personal de Trump— trabajaba discretamente, al margen del Departamento de Estado, para coordinar con el Kremlin un plan de paz para poner término al conflicto en el este de Ucrania, que provocó cerca de 10 mil muertos en tres años. Un acuerdo entre las milicias rebeldes pro-rusas y el Ejército oficial ucraniano le permitiría a Trump explicar su acercamiento con Moscú y hasta justificar el eventual levantamiento de las sanciones económicas aplicadas a Rusia después de la anexión de Crimea.
El plan también sugiere, al parecer, que los ucranianos decidan por referendo si prestan a Rusia, por 50 o por 100 años, el territorio de Crimea. Algunos detalles de ese proyecto, revelado por The New York Times, permiten pensar que se trata de un acuerdo claramente favorable a los intereses de Rusia.
Cohen y la Casa Blanca desmintieron la existencia de un plan secreto que, por lo demás, entraña otro grave riesgo político: debe tratarse del primer acuerdo con el Kremlin redactado sin ninguna participación del servicio diplomático norteamericano. Ese corto circuito de las esferas oficiales no es ilegal, pero es inquietante porque deja el futuro de la posición de Estados Unidos en ese conflicto de dimensiones geopolíticas en manos de Cohen, un hombre que tiene vínculos familiares con Ucrania, país natal de su esposa.
Los otros actores privados que intervinieron en esas negociaciones también tienen conflicto de intereses: el empresario Félix Sater ayudó a Trump a hacer negocios en Rusia y Andrei Artemenko es un diputado ucraniano del Partido Radical, que actualmente discute si lo expulsa o no.
“Ese tipo de ideas solo pueden ser lanzadas o apoyadas por personas que representan abierta o secretamente los intereses rusos”, se apresuró a denunciar el embajador ucraniano en Washington, Valeriy Chaly.
En ese marco, es evidente que Ucrania va a ser la primera prueba de fuego diplomática para Trump. El presidente no podrá permanecer en silencio sobre ese conflicto durante mucho más tiempo, pues —en forma simultánea— enfrenta la presión del presidente Vladimir Putin. El hombre fuerte del Kremlin no disimula su impaciencia frente a la incompetencia, improvisación, indecisión e imprevisibilidad que muestra Trump y, de manera general, todo el equipo de la Casa Blanca.
“¿Cuánto tiempo la primera potencia del mundo puede seguir sin definir su política exterior?”, se alarmó recientemente
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